A veces es muy difícil que uno mismo, con 15 años, sea consciente de que tiene migraña. Sin embargo, no es normal que un adolescente tenga que encerrarse a oscuras y acostarse por el fuerte dolor de cabeza que padece.
Todos hemos tenido dolor de cabeza alguna vez. Quizás es común pensar que una migraña es un dolor de cabeza más. Sin embargo, la diferencia está en que la migraña anula, abate e incapacita tanto que no se puede pensar, leer, estudiar, trabajar. Y, además, va acompañada de una gran tristeza y provoca que sea necesario aislarte del mundo.
El proceso por el que pasan los pacientes con migraña hasta ser diagnosticados es largo y suele ir acompañado de visitas a diferentes especialistas porque la mayoría desconocen de dónde procede este fuerte dolor de cabeza. El diagnóstico correcto puede tardar años en aparecer y, una vez diagnosticada la migraña, es difícil acertar con la estrategia de tratamiento adecuada.
Un camino lleno de idas y venidas que se convierte en una montaña psicológica para los pacientes porque pasan los años y acaban, al fin, dándose cuenta de que lo que sufren es una enfermedad neurológica de por vida de la que todavía no existe cura definitiva.
Una enfermedad que condiciona la forma de ser de cada uno pues, aún pudiendo tener la comprensión y apoyo de la familia, amigos y compañeros de trabajo, uno piensa que no está a la altura por la posibilidad de tener que faltar en un día importante familiar o laboral. Una sensación de malestar e inseguridad a la que se enfrenta cualquier paciente con migraña.
Por suerte, seguramente las nuevas generaciones de pacientes con migraña contarán con un diagnostico más temprano y con información específica para seguir unas pautas de vida, nutricionales, deportivas, médicas y psicológicas para manejar su enfermedad y ayudarles a recuperar su calidad de vida.