A pesar de su alta prevalencia y de su impacto en la vida diaria, la migraña es todavía una enfermedad infradiagnosticada y poco reconocida. El retraso en el diagnóstico viene provocado por múltiples factores, pero destacan elementos relacionados con la propia enfermedad, con el paciente y con la atención médica que recibe la migraña.
El diagnóstico de la migraña es estrictamente clínico y puede no ser fácil porque comparte síntomas con otras cefaleas primarias por lo que, en determinadas ocasiones, se realiza un diagnóstico erróneo.
Las crisis de cefalea, especialmente los síntomas de la migraña (dolor, malestar, náuseas, vómitos, intolerancia a la luz, olores o sonidos, etc.), producen una importante limitación física, social, laboral y emocional en la vida de los pacientes que las sufren.
Los ataques de migraña originan una discapacidad en estas actividades en más del 50% de las ocasiones y provoca la necesidad de guardar reposo en cama hasta en un 20-30% de los casos.
En la mayoría de las ocasiones, el médico de atención primaria se convierte en la puerta de entrada al sistema sanitario, siendo este especialista el que deba decidir si el paciente, por sus características, debe ser remitido a la consulta de neurología. Una buena conexión entre atención primaria y neurología ayudaría a reducir los tiempos de diagnóstico.
Aún así, en el Sistema Nacional de Salud sigue siendo muy bajo el número de neurólogos que se dedica a las cefaleas, lo que conlleva una larga lista de espera para que los pacientes puedan acceder al especialista. Por el contrario, se está apostando por la investigación de nuevas terapias, lo que ha derivado en la aparición de tratamientos cada vez más específicos.
La sociedad debe conocer la repercusión que tiene la migraña para las personas que la sufren. Además, los pacientes deben ser conscientes de que existen tratamientos específicos que pueden ayudarles a mejorar su calidad de vida.